14. REFLEXIONES SOBRE EL SENTIDO DE LA IGUALDAD Y LA MERITOCRACIA EN EL CONTEXTO POLÍTICO Y SOCIAL (16/09/2018)

Empezaré esta reflexión contándoles un experimento que apliqué en una de mis cátedras de Finanzas Internacionales, en un curso de postgrado, hace ya algunos años. En aquel momento, la palabra “Socialismo” estaba muy de moda y las posturas ideológicas tenían un público más vehemente que el de hoy día. Recuerdo en especial el curso de 2011, ya que la media de rendimiento académico estaba afectada por un valor atípico, un estudiante brillante que trabajaba en la Administración Pública y además, afecto apasionadamente al proceso revolucionario. Lo cierto es que fue muy difícil calificar a cada uno de los estudiantes de aquel curso de manera que se premiara la excelencia y se castigara la falta de esfuerzo, conocimiento y responsabilidad. Ante este dilema planteé la asignación de una calificación promedio para darles igual trato a todos y no perjudicar a ninguno. Por supuesto, no fue para mí ninguna sorpresa ver que el primer indignado y ofendido, por tal propuesta, había sido mi estudiante favorito, seguido de otros compañeros quienes manifestaron también su desconcierto. Los principales argumentos esgrimidos fueron "no es justo, nos esmeramos, fuimos más responsables y puntuales en las entregas de las asignaciones encomendadas, participamos activamente en clase y aportamos ideas y opiniones que enriquecieron los conocimientos de todos, mientras, hubo compañeros que faltaron a clases e inclusive no cumplieron con las asignaciones", finalizaron diciendo "de haber sabido, no nos habríamos esmerado tanto". Tal y como me lo esperaba, los que habían tenido un desempeño por debajo de la media permanecieron callados, y con aire de alivio, al sentir la seguridad de haber superado la prueba "con el mínimo esfuerzo". Confieso que el clima fue acalorándose hasta que les aclaré que estaba tratando de llevar a la práctica el socialismo que tanto se pregonaba en ese momento. 

Nunca pensé que esa experiencia en el salón de clase fuese a verla reflejada, hoy día, en un contexto más amplio como mi país. Vivimos en una realidad donde las políticas sociales implementadas por nuestros gobernantes, van dirigidas a apoyar al pueblo, recibiendo todos el mismo beneficio (premio, ayuda o bono) independientemente del esfuerzo, compromiso y dedicación que aporten al desarrollo del país. Estas medidas, meramente populistas, han producido un grado de desmoralización generalizado en aquellos que, a pesar de su trabajo formal, reciben el mismo beneficio que quienes perciben mejores rendimientos provenientes de la economía informal. No debemos olvidar que el aparato productivo constituye el único motor del desarrollo sostenible de un país y, que a su vez, revierte en ingresos para el propio Estado. Esta distinción ha llevado a muchos a tomar la decisión de dejar su empleo formal para, además de recibir la ayuda del Gobierno, generar ingresos más rentables a través de la maquinaria de hacer dinero fácil. En consecuencia, la política del Gobierno de ayudar al pueblo se convirtió en un grave problema que, cuando decidan corregirlo, se deberán enfrentar al descontento, tal como en una guardería cuando quieren dejar de darles a los niños los caramelos que estaban acostumbrados a recibir todos los días como incentivo.

Todos somos iguales ante los ojos de Dios, los hijos son iguales ante el amor incondicional de los padres, los ciudadanos somos iguales ante la Sociedad, las leyes y los derechos; pero no todos nos esforzamos y cumplimos de la misma forma nuestras responsabilidades. La libertad es una cualidad innata del ser humano y todos los individuos luchan por conservarla, no obstante, la libertad sin responsabilidad se convertiría en libertinaje. En el contexto político y social, la libertad nos da derecho a tener oportunidades, en igualdad de condiciones que el resto, pero ésta no existe sin responsabilidad, es decir, sin la obligación de asumir los actos y las consecuencias por trasgredir las normas y reglas establecidas; ambas, libertad y responsabilidad, van de la mano y son inseparables. Por ejemplo, con las miserias que caracterizan al ser humano, en un momento de locura, una persona podría verse tentada en matar a otra, nada se lo impide pero, de cometer ese acto, debe ser consciente de que deberá asumir las consecuencias y será responsable de incumplir las normas morales y las leyes que rigen la sociedad en la que está circunscrito.

Bajo el principio de la libertad de los pueblos, todos tenemos el mismo derecho de conquistar la felicidad pero no todos hacemos el mismo esfuerzo para merecer disfrutar de ella. En este sentido, la recompensa debe ser directamente proporcional al esfuerzo realizado y en eso se fundamenta la Meritocracia, la cual no significa denigrar de alguien ya que todos somos importantes y debemos engranar en perfecta armonía dentro del sistema. Por ejemplo, un obrero, cuya dedicación sea barrer y recoger la basura de las calles de nuestras ciudades, es tan importante como el Presidente de la República, pasando por los educadores, los médicos, entre muchos otros. Imaginemos un país donde todos sean profesionales, dónde estarían esos trabajadores valiosos que hacen el trabajo rudo con sus manos y con el sudor de su frente, cumpliendo una función vital dentro de la sociedad. Entonces, si todos somos importantes, ¿qué nos diferencia?. La respuesta es, el conocimiento, el esfuerzo y dedicación para adquirir dichos conocimientos, así como el alcance de su aporte y nivel de responsabilidad en la toma de decisiones. Si todos estos actores de la sociedad fuesen valorados con criterio de igualdad, nadie tendría motivación para superarse a través de la educación y, mucho menos, estarían dispuestos a asumir compromisos que representen un mayor esfuerzo, viendo que quienes no hacen nada recibirán los mismos beneficios. Actualmente, los gobernantes pretenden aplicar de forma inconsulta un tabulador salarial que, particularmente en el sector universitario irrespeta la Convención Colectiva Única y las interescalas, aplanando la estructura vertical de cargos, lo que ha generado un malestar generalizado que, lamentablemente, repercutirá en la motivación y rendimiento laboral. Todo ello traerá como consecuencia fatal una mayor fuga de capital humano que terminará aportando plusvalía a otros países después de la inversión en educación, formación y experiencia obtenida en nuestro país.

Es inevitable abordar las ideologías políticas para comprender mejor este asunto, aun cuando me atrevo a adentrarme con la mayor timidez y respeto, ya que no me considero experta en temas filosóficos entre el Capitalismo, el Socialismo y el Comunismo. En este sentido, soy pragmática y apoyo la tesis de que la diferencia básica, entre estas tres corrientes filosóficas, está en el grado de intervención del Estado y, en especial, en el nivel de control de los medios de producción. Cuando la tenencia de los medios de producción en manos del Estado es absoluta, se dice que la filosofía es Comunista, cuando son solo algunos medios de producción, entonces es Socialista y cuando el Estado interviene poco y deja al sector privado la mayor responsabilidad de los medios de producción, la filosofía se enmarca en el llamado estilo liberal conocido como Capitalismo. Haciendo uso de las analogías, esto puede verse como el modelo de crianza de los hijos, pasando por padres con estilo absolutamente controlador, padres con estilo conservador y padres con estilo liberal. En este punto, me pregunté cuál estilo es mejor y la respuesta no es fácil, sólo puedo compartir mi experiencia, la cual considero que me ha dado buenos frutos. Educamos a nuestros hijos con mucha mayor libertad que la que yo recibí de mis padres, nos esmeramos en sembrar valores y principios y dejarles ser libres de pensar, crear, opinar y tomar algunas decisiones; aunque confieso mantuvimos una cuerda imaginaria que servía de freno y recogida cuando trasgredían las reglas acordadas. Ello los hizo independientes, maduros, autosuficientes y dueños de su libre albedrío, hasta que al dejarlos partir pudieran ejercer su libertad con plena consciencia de su responsabilidad.

Visto desde el asunto que nos ocupa en esta reflexión, la diferencia entre el Capitalismo, el Socialismo y el Comunismo es la práctica de la libertad y el ejercicio de la responsabilidad. Cuando se exonera al pueblo de cumplir sus responsabilidades y se les acostumbra a que sus necesidades sean satisfechas sin que realicen ningún esfuerzo significativo, automáticamente se secuestra su libertad y se les convierte en dependientes y esclavos ya que se les habrá acostumbrado que la solución a sus problemas venga mágicamente de “papá” Gobierno.

Para lograr el bienestar de la sociedad y conseguir la máxima felicidad colectiva debe procurarse el bienestar de todos los individuos y esto se logra en libertad y cuando hay abundancia de bienes y servicios que permitan a los individuos satisfacer todas sus necesidades. Cuando hay escasez, producto de una recesión del aparato productivo, los pueblos empiezan a ser infelices ya que concentran su tiempo y energía en proveerse de los productos esenciales para satisfacer su necesidades básicas, tal cual la época de las cavernas cuando el hombre ocupaba todo su tiempo en salir a cazar. 

Particularmente, en esto de las filosofías políticas, opino que hay mucha hipocresía y doble moral. El capital va donde le conviene, siempre que los inversores tengan confianza en la seguridad jurídica y retorno de su inversión. No hay más que ver como los regímenes comunistas se apoyan en el capital foráneo, es decir, en la inversión privada para sobrevivir ya que la propia ineficiencia de la burocracia de su administración pública no les permite mantenerse cuando, en su afán de apoderarse de los medios de producción (expropiación), no son capaces de gerenciar y hacer sostenible y sustentable un negocio, viéndose siempre en la obligación de acudir a los subsidios para mantener la operatividad y fines del mismo. Esto es y siempre ha sido así, a lo largo de todas las experiencias vividas en el pasado, simplemente porque en la administración pública no suele haber sentido de pertenencia y lo que es de todos no es de nadie. Dicho de otra forma, la clave de una buena gerencia es que “te duela” y seas consciente de que las malas decisiones tendrán consecuencias que pueden perjudicar al resto de actores que participan en el negocio (trabajadores, proveedores, clientes y hasta el propio Estado), es por ello que las empresas privadas tienen más probabilidad de éxito, porque se gerencia bajo este criterio.

En el mundo de los negocios, al igual que las expectativas de la meritocracia, los empresarios "inversionistas" solo estarán dispuestos a asumir riesgos, siempre y cuando tengan la expectativa de que obtendrán mayores beneficios, por lo que, mientras existan opciones de negocios más rentables con menos esfuerzo y riesgo en la maquinaria de hacer dinero fácil; menor será la probabilidad de que se incentive el fortalecimiento del aparato productivo, ese que aporta bienestar a todos los actores del Círculo Virtuoso de la Economía (Ver Reflexión N° 4).

En este punto, voy a compartir mi filosofía propia sobre el “deber ser” en el contexto político y social, la cual está enmarcada en la famosa “Teoría de Juegos” propuesta por el premio Nobel en Economía (1994) John Forbes Nash, quien en sus postulados debatió a la teoría de Adam Smith, llamado padre del Capitalismo. Su planteamiento fue muy sencillo, en lugar de competir y matarse entre sí, para ser el mejor y obtener el máximo trofeo, deberíamos unirnos y sacrificar algo de cada quien para que todos ganemos. Esa es mi filosofía y estoy convencida de que será el único camino para salir de esta cruel crisis que está afectando a nuestro pueblo y que si no se toman las medidas correctas continuaremos en este círculo vicioso con consecuencias cada vez peores.

Ante quienes afirman que las recientes medidas tienen un fin político más que económico, buscando un mayor control social, mayor migración para reducir la población a niveles más controlables y apoderarse del sector privado; ratifico mi opinión de que, de ser así, según los argumentos planteados en mis reflexiones anteriores, será inviable sostener un sistema cuya única opción para afrontar el gasto público sea la creación de dinero inorgánico que, acompañado de la escasez de bienes y servicios, hará que la espiral hiperinflacionaria sea quien termine con el propio sistema.

No puedo dejar de involucrar a Dios en mis reflexiones, porque estoy convencida de que buena parte del pueblo, encabezado por nuestros gobernantes, lo apartó de sus corazones, de no ser así, no habría tanta indolencia por la tragedia ajena de nuestro prójimo. Por eso suplico a Dios, cada día, toque los corazones de todos y nos haga reaccionar, despertando nuestras conciencias para entender que el bienestar de uno es siempre mejor cuando ello también produce bienestar colectivo. En mis oraciones siempre están presentes todos nuestros gobernantes para que Dios les ilumine y les de sabiduría para tomar las decisiones correctas y corregir aquellas que terminarán haciendo más daño que bien.


AMM.

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