13. REFLEXIONES SOBRE LA CORRUPCIÓN EN LA ADMINISTRACIÓN PÚBLICA Y SU REFLEJO EN LA SOCIEDAD (14/09/2018)

Así como un virus ataca el sistema inmune del ser humano, contagiando todo dentro de su organismo, asimismo la corrupción ataca y destruye todo a su paso penetrando hasta en la sociedad, siendo el pueblo, en definitiva, el más perjudicado. Nuestro país padece un cuadro infeccioso importante, ya que la corrupción ha pervertido a buena parte de la sociedad.

La corrupción se gesta de arriba hacia abajo y es como un remolino que va arrastrando todo cuanto se le atraviese. Es así como, al igual que en una familia o en un país, son los padres o los gobernantes los máximos responsables, quienes deben marcar el camino correcto a seguir y con su ejemplo guiar a sus hijos y al pueblo hacia el deber ser, para que nuestros hijos y la sociedad avancen en armonía y prosperidad sin que las miserias afloren en ellos.

Es así como, cuando los hijos o el pueblo, como sociedad, sucumben a las miserias humanas nos preguntamos qué está fallando o qué ocurrió para que se desviaran del sentido común del deber ser, de la honestidad, de la sensibilidad hacia el prójimo. Muchos somos de la opinión que los valores bien arraigados y contar con la guía adecuada son la mejor forma de evitar desviarse del camino correcto. Es como aquel niño que llega a casa con un juguete que no es suyo, los padres están en la obligación de averiguar la procedencia del mismo e instar al niño a hacer lo correcto y orientarlo para que no vuelva a cometer el mismo error.

La corrupción, en el contexto político, se refiere a los actos irregulares cometidos por funcionarios públicos que abusan de su poder e influencia para utilizar los recursos financieros y humanos a los que tienen acceso, con el fin de satisfacer sus ambiciones personales. Aquí plantearé una pregunta, tomada de una reflexión anterior, quién es más culpable, el funcionario que sucumbe a la tentación de cometer actos de corrupción o el propio Sistema que no ejerce controles y deja “agujeros negros” que facilitan el incurrir en estos actos. Quien ocupa un alto cargo y pretenda incurrir en un acto de corrupción, no puede simplemente realizar actos ilícitos de buenas a primeras, al contrario, para poder beneficiarse y enriquecerse de formas poco o nada ortodoxas, debe contar con la seguridad de que podrá actuar impunemente la cantidad de tiempo que necesite para satisfacer sus ambiciones. Para lograr sus fines, simplemente, deja que prevalezca el desorden y que los que están a su alrededor, en especial, sus subordinados cometan también actos de corrupción, de manera tal, que luego él podrá actuar con total impunidad puesto que nadie podrá señalarle, ya que todos los que podrían denunciarlo estarían igual de viciados que él. 

Desde mi punto de vista, la corrupción es como una droga y, quienes se inician en este mundo empiezan satisfaciendo discretamente sus ambiciones personales pero, como explica la pirámide de Maslow o jerarquía de las necesidades humanas, después de saciar una necesidad quieren más, aumentando el nivel hasta entrar en un círculo vicioso del cual es difícil salir. Lo lamentable de esto es que dentro de la Administración Pública, muchas veces, terminan pagando los corruptos de más bajo nivel, quedando los grandes artífices libres de toda culpa. Lo más triste es que realmente están robando al pueblo quien, en definitiva, son los que terminará padeciendo las consecuencias por la depravación humana de muchos que, sin un ápice de consciencia, han perjudicado y desangrado a todo un país. Por ejemplo, en nuestra realidad, cuántos hospitales podrían haberse construido para atender a más comunidades, cuántas escuelas bien equipadas y con comedores podrían estar funcionando para garantizar la educación y salud de nuestra generación de relevo. Incluso, hoy en día, no tendríamos déficit fiscal si no se hubiesen cometido tantos hechos de corrupción que arruinaran las finanzas públicas de nuestro país, siendo ésta una de las principales causas de la actual crisis hiperinflacionaria.

Recuerdo, hace algunos años, tuve la responsabilidad de dictar la cátedra de Ética Profesional y, en esa oportunidad, aplicaba una dinámica para indagar qué tan dispuestos estarían mis estudiantes a aceptar un soborno que los convenciera de cometer un acto indebido en su profesión. La dinámica consistía en plantearles un ofrecimiento monetario que inicialmente era un valor insignificante el cual, por su puesto, nadie aceptaba y todos aseguraban ser muy honestos. Luego fui aumentando el valor de la propuesta hasta llegar a montos significativos, fue así como algunos, con más valor que otros, fueron sinceros al decir que reconocían que “se lo pensarían”, pero la gran mayoría mantuvo con firmeza y convicción que nunca sucumbirían a la tentación y valoraban su ética como inviolable en un 100%. Mi respuesta fue que los individuos pueden saber y decir con certeza lo que han sido pero jamás pueden asegurar lo que serán, puesto que el hombre depende de las circunstancias particulares que le acontecen, de las tentaciones que se les presenten y de las oportunidades para sentirse exonerados de responsabilidad. Como dijo el poeta Ovidio “Es fácil ser buena persona, cuando la tentación que lo podría impedir está lejos.” En otras palabras, nadie puede asegurar algo si nunca ha sido tentado. Por ejemplo, ante la inminente muerte de un hijo por falta de algún tratamiento costoso, cualquier padre estaría tentado a sucumbir a situaciones que, de no existir esa circunstancia, jamás pasarían por su cabeza. Ahora bien, lo que nos frena ante estas tentaciones, son los buenos valores y principios que nos han sembrado, pero sobretodo las normas sociales, morales y las leyes que, bien aplicadas, castigan las conductas antiéticas, así como los sistemas de seguridad y mecanismos de control que blindan los procesos y minimizan las oportunidades de que las personas puedan caer en la tentación de cometer irregularidades. La burocracia, la ineficiencia, el caos y la falta de controles contribuyen al escenario ideal para que se gesten actos de corrupción.

Los funcionarios de altos cargos, dentro de una Institución de la Administración Pública, suelen ser los señalados por los actos de corrupción cometidos por quienes están por debajo de su nivel de supervisión. Es por ello que éstos deben ser ejemplares y responsables de que se cumplan las normas, reglamentos y, en especial, se apliquen las sanciones y procedimientos administrativos a quienes se desvíen del deber ser. De no hacerlo, aun cuando no estén directamente involucrados en los actos de corrupción, serían corresponsables y copartícipes por omisión.

El gran problema, con la realidad de nuestro país, es que la compleja estructura de la Administración Pública se ha corrompido en tal magnitud que hasta los funcionarios del nivel base de la pirámide utilizan el poder de la “información privilegiada” para sugerir y aceptar sobornos. La mayoría de las veces, esto pasa ante la vista de todos e inclusive, muchas personas son copartícipes de los actos de corrupción, ya que se ha arraigado en los ciudadanos, la costumbre de ofrecer sobornos para poder resolver gestiones en organismos de la Administración Pública. El problema se agudiza cuando estas gestiones involucran problemas de salud, llegando al extremo de depravación cuando observamos como, por ejemplo, en hospitales y centros de salud públicos desaparecen los insumos y medicamentos que posteriormente son vendidos a los mismos pacientes que, en su mayoría, son gente de escasos recursos.

En esta reflexión, resulta oportuno hacer mención a los empleados públicos, quienes representan la gran nómina del Estado y, seguramente, una parte importante del gasto público, el cual incide en el déficit fiscal. Es el caso que, desafortunadamente, en muchos organismos se concibe a la Administración Pública como un instituto de beneficencia en el que se otorgan beneficios laborales pero con la venia de no trabajar, convirtiéndose en una nómina parasitaria y, peor aún, en un mal referente para quienes sí están obligados a cumplir horario y trabajar, percibiendo los mismos derechos y beneficios que quienes contribuyen a desangrar al Estado y a arruinar a un pueblo entero. También es pertinente hablar de algunos funcionarios públicos que han decidido migrar del país buscando resolver sus problemas personales, decisión que no les cuestiono en absoluto, sin embargo, lo que sí es reprochable es que algunos pretendan quedarse en las nóminas de las instituciones a las que pertenecen como un seguro de contingencia, por lo que salen del país sin notificar ni formalizar sus renuncias; entonces, si las cosas no les van bien, piensan que podrán regresar como si nada. Me resulta indignante ya que esto también es una modalidad de corrupción por lo que los responsables de Recursos Humanos de las Instituciones públicas también serían corresponsables si no llevaran a cabo las medidas correspondientes. Lo más doloroso de esto es que, quienes aplican esa práctica, además de estafar al Estado, agudizando el problema del déficit fiscal, le están faltando el respeto al resto de los trabajadores que continúan en la Institución y que sí están ejerciendo sus funciones, tal vez porque no tienen opción de migrar o porque han decidido continuar luchando por su país esperando que lleguen tiempos mejores, además de quitarle la oportunidad a otras personas que sí tienen ganas y necesidad de trabajar la cuales pudieran reponer los cargos vacantes. Considero que los verdaderos trabajadores, esos que sí cumplen, merecen respeto y el reconocimiento de que gracias a su esfuerzo y dedicación están contribuyendo con las Instituciones a las que pertenecen y a que el país salga adelante.

Otra modalidad de corrupción está representada por aquellos funcionarios públicos que haciendo uso de exacerbadas patologías de salud, solicitan reposos médicos e inclusive tramitan su pensión por incapacidad ante la Administración Pública, pero paralelamente sí están capacitados y dispuestos a trabajar en otros quehaceres mientras se encuentran de permisos médicos. Es triste ver como se han tergiversado los valores en nuestra sociedad, prevaleciendo la tan famosa llamada “Viveza Criolla” donde los más “vivos” se aprovechan del sistema sin aportar nada, mientras que los que trabajan y dan lo mejor de sí son ignorados, menospreciados e incluso maltratados por el propio sistema.

El cáncer que representa la corrupción hizo metástasis cuando, desde hace algún tiempo, el sector privado también empezó a presentar, con mayor notoriedad, síntomas de esta enfermedad. Es así como se escucha, a vox populi, que los cajeros de los bancos le cobran comisión a los clientes, en especial a nuestros mayores pensionados, o las empresas distribuidoras de alimentos regulados quienes priorizan la atención a “sus clientes”, de acuerdo a las generosas prebendas que les ofrezcan y así, muchos otros ejemplos.

Ratifico mi opinión de que todo lo que está sucediendo en nuestro país es porque nuestros líderes no han aplicado los correctivos oportunos y, peor aún, no han dado señales claras del camino correcto que debemos transitar. Cuando esto suceda, comenzaremos a ver el despertar de consciencia que tanto necesita nuestra sociedad, esperando se produzca una reacción en cadena donde la suma de las conductas individuales cambien el comportamiento colectivo. Cuando nuestra sociedad y nuestros gobernantes premien a los honestos y castiguen a los corruptos, cuando se reconozca y se enaltezca el trabajo y se castigue al ocio, cuando se respeten y defiendan los derechos y preceptos de la libertad, nuestra sociedad gozará de bienestar y felicidad individual y colectiva.

Desde mi fe, no dejo de creer en los milagros de DIOS, deseando que el Espíritu Santo toque los corazones de todos y cada uno de los que pertenecemos a esta gran familia, VENEZUELA, y despertemos nuestras conciencias para comprender que, de los cambios que requiere nuestro país, quizá, el más importante es el cambio de cultura y el establecimiento de valores y principios éticos y morales que hagan de nuestra sociedad el pueblo predilecto de Dios, independientemente de las ideologías políticas y religiosas que deben coexistir dentro de los márgenes de la tolerancia y el respeto.


AMM.

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